martes, 26 de febrero de 2008

PENSANDO EN LAS MUSARAÑAS.




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PENSANDO EN LAS MUSARAÑAS.

De vez en cuando subo a los Tres Juanes y me complace mirar a lo lejos, hasta que la vista pierde la noción de la realidad de las formas. En esa incertidumbre del horizonte soy feliz –¡Ojos que no ven, corazón que no siente!-. Cuando bajo la vista, la nebulosa vaga, ambigua e imprecisa se torna densa y aparecen para asombro de mis pupilas – sin lirismos: entendederas- una infinidad de volúmenes dispuestos en el espacio como un caprichoso domino. Paralepípedos gris asfalto donde había planos verdes; infinitas bandas paralelas de un negro zaino, donde antes el ocre de la tierra se dejaba adornar por mantones de amapolas. Cierro de nuevo los ojos y una pujante idea me atenaza el conocimiento: “Estoy pensando en las musarañas”.

Las musarañas hacen nidos esféricos de hierba que suelen alojar en pequeñas oquedades e irregularidades del terreno. He descubierto como al caer la tarde abandonan el calor del hogar y salen a cazar grillos en los bordes de las acequias, después se pasean hasta la linde de las choperas y juraría que, al resplandor de la luna llena, suspiran; aunque todavía no he conseguido averiguar por qué.

Desde lo alto de Sierra Elvira, cuando el rocío de las hojas aún brilla bajo los primeros rayos de la mañana, se ven inmensas columnas de cajitas metálicas de muchos colores y formas que, a paso lento y con la intermitencia puesta para evitar colisiones, se dirigen hacia otro conjunto de Paralepípedos aun mayor que yace lánguidamente a los pies de la denominada colina del castillo rojo. Las filas indias de cajitas con ruedas se regulan a impulsos controlados por cambios en las luces de colores de los semáforos. Idolos pintados de rojo, verde y amarillo que se erigen en los lideres espirituales de la mañana para miles de habitantes del cinturón de Granada.

Luz roja: tiempo para pensar en la dura labor de levantarse todos los días; tiempo para repasar las condiciones alienantes del trabajo diario y monótono. Luz amarilla: tiempo para la moderación; tiempo para recordar esas cosas que nos benefician a casi todos: comer menos, hacer más deporte, jugar más con los niños, pasear más y –como no- hacer propósito de enmienda. Y luz verde: tiempo para despegar la apatía y el tedio de nuestra cotidianeidad, también -como siempre- tiempo para la esperanza.

Cambio de luces y cambio de tercio. Cambios de colores y cambios de pensamiento. Y otra vez, inexorables, las musarañas vuelven a rondarme y sus agudos sonidos interrumpen mi discurrir, como si quisieran avisarme de algo. Tal vez esa preocupación por sus congéneres y amigos se deba a que las musarañas están imbuidas por un espíritu colectivo que las arropa desde su más tierna infancia; no en vano, a la semana de nacer forman una caravana de crías, que sirve como una especie de transporte colectivo para toda la familia, con gran ahorro de energía por su parte, ya que las posible pérdidas o despistes de alguno de los alevines se reduce a cero, con lo cual la eficacia en recorrer los caminos todos juntos en el menor tiempo posible y con el menor gasto energético aumenta enormemente. Pero no acaban aquí las múltiples habilidades de las musarañas; en invierno forman nidos comunales, lo que nuevamente supone otro ahorro de energía en termorregulación, ya que la llevan a cabo conjuntamente.

Hay mucho que aprender de las musarañas. Pero no nos engañemos apreciados lectores quien podría imaginar a una comunidad de propietarios de alguna de esas maravillosas colecciones de Paralepípedos -¡Perdón, quería decir casas adosadas!- compartiendo caravanas de autobuses hacia el centro de Granada. ¿No?. Bueno, la verdad es que yo tampoco soy capaz de visualizar semejante animalada. Pues, aun sería más disparatado pensar en toda una comunidad de vecinos termorregulándose alrededor de la chimenea del propietario del entresuelo izquierda; ... pues va a ser que no, para que nos vamos a engañar; ¿Aunque me queda la duda de averiguar si, no ahorrar energía pudiera ser que nos ocasionara mayores problemas en un futuro no muy lejano?

He regresado a mis contemplaciones desde un escarpado farallón que deja a sus pies la sima de Raja Santa y allí, en lo alto, puedo apreciar como en pocos sitios más, el enorme atractivo del silencio; por el contrario en las llanuras de esa vega que se debate entre su conservación y su usurpación, el ruido reina despiadadamente: bocinas abriéndose paso a golpes de estridencia, motores rugiendo de impaciencia y gritos de toda procedencia -¿Es todo pura coincidencia?- Bueno, ripios aparte, el sonido ha invadido nuestras vidas, ha colonizado nuestros hábitats urbanos y, lejos de las tonalidades moderadas que se escuchan en la naturaleza se ha implantado entre nosotros con un ritmo machacón y altisonante. Tenemos ruidos urbanos en la calle, ruidos domésticos en la casa, ruidos amordazados en la noche y ruidos despendolados durante el día, e incluso ruidos compulsivos en nuestra privacidad. Otro tanto igual sucede en el universo de las musarañas, si bien ellas lo llevan peor y el ruido ha conseguido desplazarlas de sus casas hacia otros sitios más silenciosos. Esperemos que, al menos, nosotros seamos capaces de acallar esos ruidos que nos molestan antes de que tengamos que mudarnos como les ha pasado a esos simpáticos roedores que nos acompañan durante el transcurso de esta reflexión; o lo que aun podría aumentar más nuestras pérdidas –auditivas y ambientales-, es decir, que aprendiéramos a convivir con ellos, como subsiste un enfermo crónico con su enfermedad; Prozac para los ruidos matutinos y Transilium para los nocturnos, Tonopán para las altas frecuencias sonoras y Valium para la bajas. No, definitivamente: “Más silencio y menos tranquilizantes”. Piensen más en las musarañas, quizás así ellas nos puedan ayudar y transferir su recóndita pócima secreta para inmunizarse frente al ruido.

Abajo, en la llanura, en el entorno de las urbanizaciones el olor cambia. El olor que envuelve a las musarañas es limpio, es aromático, suave y fugaz; es la esencia de la vega. El olor de las zonas urbanas es rancio, denso, irritante, en determinadas ocasiones y circunstancias nauseabundo: “Eau de cloaca”. En ocasiones he podido comprobar como las musarañas se lavan, insistente y concienzudamente, después de atravesar algunas huertas que, por desidia, han caído en el abismo de convertirse en un vertedero incontrolado, insano, inmundo, impresentable, indecente y algunos otros cuantos adjetivos más que también podrían empezar por “in”. Da la sensación de que las musarañas odian los malos olores; otra vez más las afinidades entre musarañas y humanos a la palestra. A nosotros también nos gusta el aroma agradable de un bosque, de una fruta, de una flor; no obstante, en ciertos momentos, las condiciones higiénicas de nuestras ciudades, la salubridad de nuestros darros, la estanqueidad de nuestros contenedores y nuestro ritmo de generación de residuos nos hacen sospechosos de dejadez, en esa carrera contrarreloj por alcanzar la utópica imagen idealizada de ciudad dormitorio con aroma a pino y lavanda.

La última noche de San Juan estuve de nuevo contemplando el horizonte desde las elevadas atalayas de Atarfe. Había luna llena y la conjunción de suaves brisas y humedades hace de los prados colindantes al río Genil un paraíso nocturno, donde cientos de musarañas se congregan. Son las hogueras de San Juan pero sin evento pirotécnico; es la feria de “Graná” pero con bastantes menos vatios; Rebujito, faralaes y farolillos adaptados al tamaño de unos bichos que oscilan entre 5 y 8 cm de longitud y que suelen pesar no más de 12 gramos; fiesta para musarañas pero sin luminarias, por que la electricidad y la noche de las musarañas son antagonistas. La noche para algunos es inquietud, para las musarañas es calma; la oscuridad


encubre defectos, pero también oculta destrezas; para las musarañas yacer bajo el mismo manto negro con el que se arropa la luna, es sentir la plenitud de un día cualquiera, para el hombre arroparse con ese mismo manto supone reconocer las horas bajas de su plenitud. Luces y sombras. Artificio y naturalidad.

A pesar de todo la noche más corta del año observada pausadamente desde los contramuros de la Ermita de Atarfe tiene un atractivo irresistible; no es necesario encender hogueras, se produce una auto-ignición en cada uno de los corazones que tienen la oportunidad de disfrutar ese espectáculo gratuito de miles de rutilantes puntos blancos incrustados en una matriz negra, opaca e incierta. Sin embargo todo es un espejismo; el fabuloso invento de Thomas A. Edison es consustancial con el ambiente dócil del medio urbano –unas cuantas bombillas en el lejano horizonte no es una infinitud de estrellas en un cielo inalcanzable-. Poner incandescente un filamento en un vacío artificial, es una practica integrada en la domótica de nuestro pensamiento urbanita, es una manufactura para centenares de calles, para millares de pisos, de coches y de electrodomésticos. Para la nocturnidad de las vegas de Granada la luz artificial es un elemento extraño, como lo es para las musarañas y, como quizás también debiera serlo para nosotros.

Sin embargo cuando amanece, las sensaciones cambian y la luz solar del nuevo día incita al movimiento; Nuestro espíritu se pone en marcha y crece la avidez por conocer nuevas gentes y nuevos mundos. Nuestros abuelos para esta catarsis mañanera utilizaban los antiguos caminos de herradura bordeados de olmos, álamos, fresnos o serbales que comunicaban entre sí las desperdigadas villas de eso que ahora se denomina realidad nacional y antaño solar patrio. Las generaciones siguientes vieron como se sustituían las alamedas y olmedas de los márgenes de los caminos por otra cosa que vinieron a denominarse arcenes y que supusieron la generación casi espontanea de aquellos primeros parterres y rosaledas que intentaban compensar las pérdidas, decorando con mercaderías verdes el centro de los cascos urbanos; también propiciaron la creación de los primeros servicios de parques y jardines en numerosos ayuntamientos y municipios de nuestro país, finalmente dieron lugar a nuestros hoy, insustituibles, espacios verdes urbanos y periurbanos.

Pero a día de hoy, para sorpresa de propios y extraños, por fin –sin habernos dado cuenta- tenemos lo que no queríamos (Noto como las musarañas empiezan a rondarme por la cabeza). Es decir, hemos perdido esa sensación de que salir a pasear, era como asomarse a un precipicio insondable; traspasar el límite marcado por la última casa de nuestro pueblo era echar un vistazo a la infinitud del “CAMPO”, a la grandiosidad del paisaje sin acotaciones o a la magnanimidad del horizonte que les permitía disfrutar de esas lejanas, a la vez que próximas, e inacabables puestas de sol.

Hoy paseamos por los centros comerciales y las musarañas se echan el rabo a la cabeza –no tienen manos- mientras murmuran: “...hormigón y ladrillos hasta para desahogarse”.

Formas, sonidos, olores, contrastes y sensaciones. Ya saben todo cambia, no lo digo yo, lo dijo el inglés James Prescott Joule, allá por el año 1840, en los primeros enunciados de la ley de conservación de la energía: “La energía no se crea, ni se destruye; solo se transforma”. Pero hay transformaciones que no deberían haberse contado; aseveración, que no por casualidad, ya también fue dicha por Albert Einstein: “No todo lo que se debe contar, es contable; ni todo lo que se ha contado, cuenta”.

Así pues, cada uno según su propio criterio, cuente lo que tenga a bien contar y, sobre todo cuenten con las musarañas; pudiera ocurrir que nos deparara ser, moderadamente, algo más felices. Que así sea.


Carlos Norman Barea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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