sábado, 22 de noviembre de 2008




S.O.S. DESDE “CALA PÚTRIDA”


Soy una estrella rutilante. Hago palpitar mi deslumbrante luz en el inalcanzable firmamento de un mar de incertidumbre. Gracias a ello, puedo atraer la atención de aquellos que quiero que me escuchen y entiendan. ¡Ya saben,… ser famosa/o tiene sus ventajas!. Y, aunque sólo sea por eso, ya he conseguido que lean hasta el próximo punto.

Como otras muchas estrellas vivo en la costa, muy cerca de la playa. ¿Por qué?. Bueno,…a quien no le gusta el clima templado, con suaves temperaturas, una cierta cálida humedad y como no, un agua templada para esos interminables baños al atardecer de cualquier época del año. ¿Quién da más…?

Como otras muchas estrellas tengo mis caprichos. ¿Oiga, qué pasa…?. Todos tenemos nuestras necesidades. Tengo que reconocerlo, me gusta el agua limpia. Me “encaaanta” ese líquido es su estado puro: agua incolora, inodora y ligeramente salada si, como en nuestro caso, hablamos del Mar Mediterráneo.

Vivo en las piedras. Quiero decir que mi dulce morada tiene sus cimientos en las raíces profundas de un acantilado. Así, puedo disfrutar de unas excelentes vistas sobre la mar abierta, sobre las puestas de sol, sobre la rompiente de las olas, sobre la turbidez del mar de fondo o las brumas de poniente y, en algunas ocasiones –cada vez más frecuentes- sobre esas, hasta ahora, desconocidas hordas de medusas que tanto revuelo levantan entre los veraneantes de todo tipo.

Y es que yo, también soy veraneante pero, además soy “otoñante”, invernante y “primaverante” y, si me apuran –buscando una rima fácil- tendría que reconocer que también soy intolerante. Intolerante al olor fétido de los emisarios; intolerante al ocre grisáceo que flota en la superficie del mar como una bandera de continencia a la renovación del agua; intolerante al ruido inaudible e insolente que desde dentro del mar arroja delfines, calderones y zifios a las arenas de nuestras playas; intolerante, como no, a esas mismas arenas que en el fondo de nuestro litoral se adornan con neumáticos, viejas lavadoras, latas de inimaginables formatos y colores, plásticos y vidrios como para que, cualquier contenedor de reciclaje –de esos verdes que todos conocemos- se ponga, cuando menos, morado.

Desde mi posición privilegiada, hace tiempo que tuve la oportunidad de permitirme hacer incursiones en el mundo submarino. Bucear en esos espacios difíciles, recónditos e inexplorados, al menos eso creía yo, hasta que se me ocurrió sumergirme un plácido y soleado domingo de principios de agosto cerca de unas lanchas neumáticas que enarbolaban unos llamativos carteles multicolores, donde se podía leer: PADI. Extraña palabra, de no sé muy bien qué lengua, pero con una clara identificación semántica con otra palabra de la lengua inglesa: Overbooking…; es decir que allí había más gente que en el salto a la reja del Rocío. Sea como fuere, aun mantengo mi afición al buceo. Y bucear me gusta. Bucear en la historia de nuestro litoral Mediterráneo. Bucear en la vida y milagros de esos sorprendentes seres vivos que se manejan en el fondo del mar, con la misma facilidad que yo... Quiero decir, con la misma facilidad que yo lo hago en los escenarios que me han catapultado hacia el estrellato y la fama.

Bucear en la historia de nuestro Mediterráneo, es indagar en un inventario de ocasiones perdidas; oportunidades para haber evitado los vertidos de hidrocarburos, ocasiones para haber contenido la explotación de los recursos pesqueros antes de que éstos hubiesen llegado a la actual situación de sobreexplotación, episodios fallidos donde la esperanza albergada en cientos de papeles que sustentan declaraciones, protocolos, conferencias y acuerdos para la protección del mar, haya quedado convertida en un fajo de papeles mojados, sin ni siquiera tocar el agua salada.

Bucear en la memoria del agua de mar es, como intentar aprehender los esquivos recuerdos que vagan por el aire. ¡Vaya, algo parecido a comer sopa con tenedor!. Es, por así decir, un ejercicio de autosuficiencia intelectual; Es, en definitiva, una pérdida de tiempo…, eso si, necesaria. Digo que es necesaria porque, para un personaje del “famoseo”, como yo, al que generalmente se le suelen atribuir escasas dotes de reflexión. ¡…Quizás, estos parrafillos…puedan ayudarme a redimir algo de la inevitable fama que me precede, a pesar de mi inexistente culpa!.

Sin embargo, todas esas dificultades encontradas para evaluar como afecta el paso del tiempo a una masa de agua, no lo son tanto cuando el análisis se desplaza aun trozo de nuestro litoral, a un pedacito de costa constreñido entre las cuatro letras de la palabra “cala”. Y es que la cala donde yo vivo, cuando me instalé, era casi un paraíso donde las noches de luna llena los peces cuyo epíteto hace mención a ese mismo satélite, componían un juego de espejos que reflejaban los haces de luz en un indescriptible espectáculo luminotécnico. Donde las estrellas como yo, encontrábamos la calma y, donde la huella del hombre, se allanaba con la cadencia de las mareas, no era persistente y, desaparecía con la llegada de la pleamar. Era “Cala mágica”. Mágica porque me ejercía una irresistible atracción, un magnetismo de complicidad y una serenidad que no he podido volver a recuperar. Hoy, aquel trocito de Mediterráneo, bálsamo para la agitación y refugio frente al desarrollismo devastador; ensenada donde los rizos de las olas daban paso a la languidez de una mar emplatado. Un escondite para bucaneros que me enamoró y que hoy, se ha convertido en algo muy distinto. Hoy, mi hábitat, mi casa, mi espacio vital ha cambiado de adjetivo. Hoy es:“Cala Pútrida”.

Cantaba Joan Manuel Serrat: “…soy del Mediterráneo”. Yo también. Soy una estrella del Mediterráneo y –tal vez, me esté repitiendo más de la cuenta-, a pesar de ello quiero irme. Me da pena pero, quiero partir hacia otras calas. Mis últimas lágrimas las vertí al comprobar como desaparecen sin aparente explicación las praderas de fanerógamas marinas, las esponjas, los pólipos… mi cala está enferma. Y yo, -insisto- soy una estrella; pero, simplemente, soy una estrella de mar que, en un postrero epitafio, para quien pudiera estar interesado; únicamenete quiere dejar constancia de su desánimo y preocupación. Y emitir en un interminable eco un exclusivo, lacónico y definitivo mensaje: S.O.S.


Carlos Norman Barea.