miércoles, 4 de junio de 2008

VEAMOS COMO SACARLE LOS COLORES AL MAR...

Ambos sois tenebrosos a la vez que discretos:
Hombre, nadie ha explorado tus abisales fondos,
¡Oh mar, nadie conoce tus íntimas riquezas;
Tanto guardáis, celosos, vuestros propios secretos!

EL HOMBRE Y LA MAR.
Charles Baudelaire.


HOY DÍA MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE, VEAMOS COMO SACARLE LOS COLORES AL MAR...

Tal vez haya aún alguien que no conozca, como cambian los colores debajo del agua... es posible. Pero estoy seguro que una gran mayoría está posicionada justo al otro lado de esa barrera del conocimiento. Por lo tanto, ahora que está tan de moda, hagamos gestión de ese conocimiento y, si lo hacemos de manera correcta, encontraremos una singular paradoja. El color del mar cambia de forma imperceptible para nosotros los humanos, así pues deberíamos ser conscientes de que aquello que el mar nos deja ver, al menos a primera vista, es distinto de lo que en realidad es; por lo tanto podríamos colegir que asistimos y hemos estado asistiendo a una gran mentira. Pero lo peor es que esta tautología es cierta.

Vamos a ir desgranando esta aparente complejidad mediante una serie de sentencias para la reflexión:

1. Es falso que el litoral español esté aún a salvo de alteraciones irreversibles. El color sepia y ocre del papel que sustenta estas ideas no puede encubrir la falta de implementación general de una gestión integral de las zonas litorales que armonice y module las diferentes presiones de origen marítimo, urbanístico, medioambiental, agrícola, etc.
2. Es falso que las pesquerías estén aún en una fase de aceptable sostenibilidad. Y el gris gelatinoso de las recientes oleadas veraniegas de medusas pone en evidencia la falta de peces depredadores que controlen a estos urticantes Celentéreos. También arroja una aclaradora luz blanca sobre este asunto, el cada día mayor volumen e importe que adquieren las importaciones de pescado de terceros países.
3. No es verdad que los hábitats marinos y las especies, que en ellos habitan, estén protegidos y protegidas; Simplemente están catalogados y catalogadas. ¿O es qué hay alguien que pueda pensar seriamente que la actual protección es eficaz frente a la competencia de especies exóticas introducidas por las negras aguas de lastre, carentes de control alguno, o frente a la desarmonización legislativa y reglamentaria de los distintos países que conforman las orillas opuestas de nuestros mares comunes – por citar algunos, entre los muchos, problemas coyunturales que existen-?

Pero hablábamos de colores y, resulta que también –inevitablemente- tenemos que hablar de luces. Luces y sombras: ¡Claro está!. Y todo esto es así, porque como decíamos el color bajo el agua no nos dice demasiado. Por el contrario el brillo de un color nos da mucha más información. Si el brillo o luminosidad es excesivo, los colores resultarán muy blanquecinos y tenues hasta casi ser imperceptibles. Si, por el contrario, el brillo es muy bajo, es patente la pérdida de color, hasta casi desvanecerse completamente. El color rojo a la luz de un sol brillante es un color vivo, sin embargo a la luz refractada por el agua, el rojo es gris y a mayor profundidad, iluminado por ráfagas bioluminiscentes de luz fría, se convierte en negro (Motivo gracias al cual las gambas rojas pasan desapercibidas ante sus depredadores, incapaces de discernir que parte de su negro entorno es comestible). La teoría física que sustenta este fenómeno nos dice que la luz solar está formada por las radiaciones de diferente longitud de onda que constituyen el espectro visible. Estas radiaciones son absorbidas, de manera distinta, por el agua del mar. Así, las radiaciones rojas y anaranjadas del espectro visible son absorbidas antes que las verdes, las azules y las violetas. Esto provoca que en aguas profundas el extremo rojo del espectro esté ausente mientras el verde-azul se hace más visible.

Cuando se habla de colores irremediablemente hay que hablar de tonalidades. El tono permite distinguir los colores entre sí y, los tonos de un mismo color –en el agua- generan contrastes que permiten ver los objetos y las formas con una mejor perspectiva. ¿Quién sabe?. ¿Quizás este sea el camino para encontrar la verdad sobre nuestras aguas y nuestro litoral?. Ya que, como señaló Kandinsky los colores cálidos (entre el verde y el amarillo) producen una sensación de desplazamiento hacia el espectador que, favorece la aparición de procesos de identificación; es decir, definen un movimiento centrípeto de la actividad observadora. Los colores fríos (entre el verde y el azul) producen una sensación de alejamiento del espectador que, favorece la aparición de procesos de distanciamiento con respecto a la representación, definiendo un movimiento centrífugo en la actividad de observación. ¿Tal vez, todo se reduzca a invertir los términos, la apreciación y las sensaciones que hasta ahora vienen produciendo los colores?. Valga a tales efectos como eslogan: “ Señoras y Señores acérquense al azul del mar que no pincha...”

Colores, al fin y al cabo: grises, negros, blancos...
Gris, para la indecisión gubernamental que ha conducido a un litoral amenazado por el cambio climático y a unos usos y servicios cada vez más comprometidos y cuestionados.
Negro, para el oscuro barniz con que la contaminación, de muy distintos orígenes, cubre las aguas, las playas y las ilusiones –Chapapote sobre la responsabilidad ambiental colectiva -.
Blanco, para el entusiasmo de los que aún pelean por invertir el proceso de degradación ambiental que nos engulle día a día.

El color en esta nueva dimensión actúa como un elemento de comunicación; pero ese mismo color bajo el agua, donde la turbidez dificulta la transmisión por el canal de comunicación habitual, deja paso a otras fórmulas de interrelación informativa. Y así, para los peces significa mucho más un olor, un sabor, un roce o un leve sonido. Hasta tal punto llega esta especialización que el Profesor Marshall de la Universidad de Queensland (Australia) demostró que no todos los peces ven lo mismo; los animales vinculados a los fondos de nuestras costas, los denominados animales bentónicos, no perciben las mismas imágenes que los denominados animales pelágicos o de aguas abiertas; su sensibilidad a la luz es distinta y diferente también a las imágenes que percibe el hombre. Gracias también a Justin Marshall, ahora se sabe que muchos peces pueden ver la luz ultravioleta; esto hace que visualicen el zooplancton de color negro y que, consecuentemente sea más visible en el agua”. Es decir, el zooplancton que el ojo humano ve transparente o blanquecino, para los peces es negro y eso implica que ven cosas que nosotros no y, perciben los colores y los tonos de manera distinta. De nuevo este recorrido por la biodiversidad cromática, nos aboca a la hipótesis que se planteaba en los párrafos anteriores: ¿Serán estos argumentos los que sustentan nuestra dificultad para diagnosticar de la manera más acertada, cual es el estado real de nuestro medio ambiente marino?. Quizás veamos cosas diferentes, colores diferentes –algo así como un daltonismo sensitivo -, formas diferentes y diferentes planos de proyección para apreciar la magnitud del conflicto –una especie de distorsión geométrica -; sin duda, todas estas apreciaciones son graves patologías tanto para el hombre como para el mar, incluso para la unicidad de su fusión que ya anticipó Baudelaire. Aunque, también, cabe la posibilidad de que, como señalábamos al principio, todo sea simplemente una verdad a medias, que como se ha reiterado hasta la saciedad bien puede ser una gran mentira o la mitad de la verdad que nos interesa revelar. ¿Quién sabe...?.


Carlos Norman Barea.
Profesor Asociado de Ecología.
Universidad de Cádiz.